El rescate griego es la antesala de una decisión transcendental para el futuro europeo. Esta ayuda sólo sirve para aplazar durante un tiempo la quiebra de este Estado y, sobretodo, impedir el contagio en las otras economías que siguen su camino (España, Portugal, Irlanda e Italia). La decisión que se deberá tomar entonces, o ahora mejor, será histórica.
Datos en mano, la recuperación de la economía griega es poco menos que una quimera, y la moderación de sus déficits una utopia. Nadie ha conseguido, anteriormente, niveles de prosperidad como los que necesita el país heleno, ni tan siquiera en épocas de bonanza, con una amplia población joven y productiva. El pueblo griego esta delante de una situación sin retorno: es como si tratasen de parar una ola con las manos. Es imposible. En este punto la Eurozona debe decidir entre la integración política de sus Estados miembros o, por el contrario, reinventar el proyecto europeo creando dos Europas, dos economías, lo cual cosa permitiría a cada Estado avanzar a su velocidad. Se trata de la famosa Europa a dos velocidades.
Ante la segunda opción, emergen dudas. Dudas que ya se plantearon en su momento, cuando se creó la unión monetaria, pero no se hizo lo mismo con una unión política. Y es que no se sabe si cada Estado miembro está dispuesto a renunciar a parte de su soberanía en favor a la comunidad europea. En este caso hipotético, se debería unificar la fiscalidad, la emisión de deuda soberana y el gobierno económico y financiero de la Eurozona. Esto significa que el poder de decisión de cada Estado miembro quedaría relegado, posiblemente, al poder que tienen actualmente las Autonomías en España.
Ahora es evidente que la unión económica se debió hacer después o conjuntamente con la política, porque la situación actual evidencia el fracaso. Pero la unión monetaria fue más fácil, ya que los Estados sólo debían renunciar a su moneda a cambio de una promesa de abundancia procedente del Euro. Era, y es, mucho más difícil negociar las renuncias soberanas con los Estados miembros. Por este motivo la UE empezó el proyecto por el tejado y luego ha pasado lo que ha pasado.
Ahora mismo es necesario decidir en qué nos constituimos, si en una UE sin soberanismos individuales o hay una disgregación definitiva de la política monetaria en al menos dos vías, la A y la B. Llegados a este punto, existe otro problema añadido a la integración o pérdida de la soberanía de los Estados miembros. Y es que la factura que los miembros ricos (Alemania i Francia) deberán pagar por dicha integración es mucho mayor de lo que es ahora.
Así pues, es la hora de decidir en qué nos convertimos. O todos juntos políticamente y económica, o cada uno avanza a su velocidad.
Esto no se percibe sólo en el terreno económico. En el político internacional, en el diplomático o en militar, Europa es apreciada (o despreciada en secreto, según se mire) como un gigante con piernas de barro. Se le ha ido perdiendo respeto progresivamente. Casi es alguien que no cuenta en los asuntos estratégicos no comerciales o económicos. Un ejemplo claro fue la renuncia de Obama a visitar España con motivo de la Presidencia española de la UE (pese a las insistentes peticiones de Zapatero), a favor de Asia. No se trata todavía de un Reino de Taifas, pero en ciertos ámbitos, Rusia, con una economía mucho más pequeña que Europa, resulta en ocasiones estratégicamente más importante.
En el terreno fiscal, la exigencia de unanimidad en cada toma de decisiones con alcance tributario impide muchas cosas, porque el dinero es a menudo la palanca para los grandes cambios. Aunque la Comisión Europea consiga aprobar Directivas tributarias basadas en la colaboración entre los Estados, como la reciente Directiva sobre el IVA de los Servicios (Paquete IVA) o la referente a la tributación indirecta del Comercio Electrónico, la realidad es que dicha colaboración raramente se produce.
En mi opinión, otra posible solución al impasse europeo sería, con ciertos cambios, una ampliación constante de nuevos Estados miembros. Esto implicaría muchos problemas y riesgos (entre ellos, religiosos y económicos), pero significaría la aportación de sangre nueva a un proceso que parece estar en un punto muerto, en un aletargamiento vital, y un mayor peso de Europa en la esfera internacional.
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