Si algo tengo que agradecer eternamente a Dios es el haber vivido rodeado de personas con un extraordinario sentido común, deseosas de compartir los conocimientos adquiridos con sus semejantes.
Mi padre fue una de estas personas. Su sentido común era tan agudo que podía tomársele por clarividente. Muestra de ello fue, cuando aún siendo yo un niño, me dijo que el plástico llegaría a sustituir hasta el acero; que los chinos llegarían a contar con la posibilidad de controlar la economía mundial, pero que luchas intestinas los detendrían; y que el desarrollo de la ciencia y la técnica harían del petróleo un combustible prácticamente obsoleto, para mediados de este siglo.
A mi padre se le unió mi suegro, parco en palabras, pero profundamente analítico, y a ellos dos mi amigo Paco Ferrer, quien me indujo a realizar estudios superiores de psicología e incursionar en la teoría de la parasicología. Los tres se cansaron de vivir y ya se han ido; pero me queda mi esposa, quien heredó con creces la intuición de su padre y ha desarrollado la suya propia, y a quien suelo escuchar con detenimiento cuando me hace una observación.
Uno de los grandes problemas actuales de la humanidad es que pocos se guían por la lógica. Se vive tan apresuradamente que detenerse para analizar una situación determinada o simplemente para pensar, en ocasiones aparenta ser un lujo, una debilidad.
El aplastante peso de una incierta economía mundial afecta aún más la tendencia de actuar primero y pensar después. Cuantas personas no enfrentan problemas, a los cuales jamás debieron encararse, solamente por el brusco cambio de los patrones económicos. La pérdida de la confianza en el ser humano provoca que quienes hasta ayer se sentían seguros en sus puestos de trabajos, hoy lleguen a considerarse elegibles para el desempleo, lo cual acarrea contracción económica, debido a lo incógnito del futuro.
Existen cientos de miles de personas que quisieran modificar sus préstamos hipotecarios con las instituciones financieras que los detentan; pero solamente se guían por lo que escuchan en las calles, por los consejos de neófitos en la materia o por lo que leen en la prensa, y se les crispa la sangre y no prosiguen en su intento.
La admisión de errores o inculpar a terceros por los problemas que se confronten, no traerá la solución a problemas reales. A los problemas hay que enfrentarlos, salirles al paso sin que importe el hecho por el cual se hayan presentado y vencerlos. La admisión de una culpa no pone pan a la mesa. Aceptar la derrota antes de haber librado la batalla, es señal de cobardía.
Detenerse a meditar sobre la problemática del asunto será el primer paso para hallar soluciones concretas al problema; mas, si el techo que cobija a su familia es el que está en peligro y existen probabilidades de salir airoso.
Es momento de usar la lógica. Los bancos necesitan negociar las hipotecas riesgosas para justificarse ante sus inversionistas. Usted necesita conservar el techo para su familia. Es momento de consultar con un abogado.
Recuerde: “Un triunfador jamás se considera derrotado.”
J. A. “Tony” Ruano es autor del libro “Bienes raíces.
Manual práctico de compra, venta y administración.”